La Revista 5W nos abre una ventana a la vida de los niños en China a través de sus propios testimonios. Entre ellos, está el de Joicy, una niña que, como millones de estudiantes chinos, vive atrapada en un sistema educativo que deja poco espacio para ser lo que realmente es: una niña. Su deseo de cosas simples —como jugar más o tener tiempo para descansar— choca con un día a día lleno de largas horas de estudio, refuerzos y actividades extraescolares. No hay tiempo para respirar. Desde la mañana hasta la medianoche, todo gira en torno a un objetivo: la excelencia académica.
Este nivel de presión tiene un precio. Según el informe "Estrés académico en las escuelas chinas", estos niños están logrando resultados académicos impresionantes, sí, pero a costa de su salud y habilidades prácticas. Y, lo más triste, a costa de su infancia.
Desde España, leer estas historias nos hace reflexionar. Nuestro sistema educativo, en general, permite que los niños tengan un equilibrio entre las clases, el juego y el descanso. Sin embargo, las cosas están cambiando. Cada vez más familias apuestan por refuerzos escolares, clases de idiomas y actividades adicionales para dar a sus hijos una ventaja. Es una decisión entendible, pero si no cuidamos este equilibrio, podríamos acabar replicando el modelo chino, donde los niños crecen sin espacio para descubrir quiénes son, explorar su creatividad o simplemente ser felices.
Otro punto que nos conecta con China es el costo económico de esta carrera educativa. En China, muchas familias optan por tener un solo hijo, no solo por la política del hijo único que estuvo en vigor durante décadas, sino porque la educación es increíblemente cara. Los gastos en academias, tutores y escuelas privadas son tan altos que criar a más de un niño se convierte en una carga inasumible.
En España, aunque la educación pública cubre muchas necesidades, las familias que buscan un "plus" para sus hijos recurren a opciones privadas o complementarias, como clases particulares o actividades extraescolares. Y aquí surge un problema: no todas las familias pueden permitirse este tipo de oportunidades, lo que genera una desigualdad que no podemos ignorar.
Al final, la gran pregunta es: ¿qué queremos para nuestros niños? Por supuesto, todos los padres y las sociedades desean lo mejor para sus hijos, pero ¿qué significa realmente "lo mejor"? Si nos enfocamos solo en calificaciones y logros académicos, podríamos estar olvidando algo esencial: su felicidad, su salud emocional y su derecho a disfrutar de la infancia.
En España, todavía estamos a tiempo de tomar un camino diferente. Podemos aprender de la experiencia china y apostar por un sistema educativo que combine el aprendizaje con el bienestar. Un modelo que valore tanto las habilidades como los momentos para jugar, imaginar y crecer como personas. Porque educar no es solo formar estudiantes con altas calificaciones, sino criar seres humanos completos y felices.
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